sábado, 25 de octubre de 2008

“DE LAS COSAS QUE UNO NO OLVIDA DE UN BARRIO CON CALLES DESTAPADAS”


LA MANZANA
de Robinson Quintero Ruiz

(Barrio San Isidro. Calle Nueva, entre las Carreras Libertad y Bocas de Ceniza pequeña)
(Junio - Julio de 1982)


Patear bien una pelota es cosa de otro mundo. Es una especie de don divino, especialmente cuando uno proviene de un barrio donde el fútbol callejero es algo tan común y corriente. Desde que era un niño, esto se convirtió en una especie de obsesión, hasta el punto de ser reconocido a mis 12 años de edad como el pequeño Rivelino. Todo el tiempo me la pasaba pegándole a un maltrecho balón desinflado. Buscaba la manera de embocarlo dentro de unas pequeñas porterías de madera. Nací en una vieja casa comprada por mi abuelo en un barrio de invasión llamado San Isidro; él la adquirió en el año de 1949 y yo nací 20 años después, siendo el tercero de 4 hermanos. La vivienda está ubicada en la calle Nueva, entre las carreras Libertad y Bocas de Ceniza pequeña. Cuando yo nací, ya el fútbol de barriada era cosa de muchos en el sector, siempre se organizaban campeonatos en la época de vacaciones de junio, cuando la mayoría de los chicos de 12 hasta 15 años, estaban fuera de la temporada escolar. Yo participé por primera vez en uno de esos torneos, durante las vacaciones intermedias de 1982. Estaba el mundial de España en pleno apogeo, las avenidas del vecindario continuaban destapadas y mis hermanos y yo seguíamos viviendo en aquel inmenso predio que el abuelo compró a finales de los años 40. Los abuelos habían muerto algunos años atrás, la edificación había sido remodelada, pero por dentro aún se conservaban cosas pertenecientes a ellos: las 2 tinajas de barro que estaban ubicadas en la cocina, las repisas de madera, la vitrina donde todavía se mantenían celosamente guardados papeles y recibos vencidos, un sable oxidado; el cual había pertenecido a uno de mis tíos maternos, quien prestó el servicio militar durante la década del 40. Mi abuelo pagó por esta casa 1.200 pesos. Desde que yo era un niño, ha existido una gran fotografía a blanco y negro decorando la parte central de la sala; es la fotografía de mi tío Pedro, quien falleció a los 33 años de edad a causa de una extraña enfermedad.


El fútbol siempre ha sido en este lugar tema central en cada esquina, en cada andén, en cada parte donde se encuentren reunidos un grupo de jóvenes. Cada calle tenía su selección para enfrentar a las otras cuadras. Este deporte se vivía con mucha pasión. Los de Manga de oro tenían un cuadro sólido en defensa, pero no eran muy buenos para marcar goles. Los de Caracas eran buenos dribladores y tenían un par de hermanos que eran la sensación del medio campo. Los de Campo alegre tenían una alineación muy equilibrada; pero lo mejor era su arquero; un chico de 14 años muy flaco y con unos reflejos felinos sorprendentes y estaba la línea de mi manzana, la cual era muy modesta y bastante joven, pues la mayoría estábamos entre los 12 años. Éramos un grupo bastante regular y disciplinado. Recuerdo que nuestro entrenador era mi hermano mayor, quien consiguió 8 camisetas y un buzo para que nosotros estuviésemos uniformados. El resto eran equipos de los barrios aledaños al nuestro: Alfonso López, El Carmen, Pumarejo, Loma Fresca, Los Pinos y Los Andes.

El vecindario era bastante reconocido por estos campeonatos y porque es un punto central, donde es fácil movilizarse hacia el norte, el sur o el centro de la ciudad. En sus alrededores quedan hospitales como el Seguro Social de los Andes, el Hospital Universitario, La Liga de Lucha contra el cáncer. También están cerca 2 cementerios: El Calancala y el Universal. La calle Murillo no está tan lejos y existen otros sitios como canchas de fútbol e iglesias muy tradicionales (Chiquinquirá y San Clemente Romano). Recuerdo bien nuestro primer partido; ganamos 2 a 1 a el club “Esperanza” de los Pinos, los de Campo alegre, golearon a “Estrellas” del carmen, 6 -0. El favoritismo era indudable para este equipo, pues el torneo se realizaba en esa calle, entre las carreras la Ceiba y la Independencia. Era una avenida enorme, plana, con una arena menuda y brillante, recuerdo que los vecinos del lugar colocaban sus sillas y mecedoras en las terrazas y andenes para observar los fogosos encuentros bajo el sol rabioso del medio día. Desde bien temprano comenzaba el jaleo en aquel sitio. Algunos vecinos se dedicaban a regar sus terrazas con baldes de agua y mojaban la arena que hacía parte de la cancha de fútbol como para bajar un poco la temperatura. Los juegos estaban programados de la siguiente manera: Durante la mañana se realizaban 2 encuentros, uno a las 10:00 y otro a las 12:000 en punto, luego se hacía un receso y se volvía a jugar a las 2:00 y a las 4:00. Recuerdo bien, que durante las noches muchos de nosotros nos reuníamos a conversar en las esquinas acerca de los partidos jugados por nosotros y los que se llevaban a cabo en las jornadas del mundial de España 82, todo giraba en torno a el campeonato ínterbarrios y a los grandes choques entre aquellas selecciones de ensueño: Italia, Brasil, Argentina, Alemania, Francia. Todos nos imaginábamos que algún día llegaríamos a jugar una final del mundial y que nuestros nombres reemplazarían a los de Paolo Rossi, Zico, Junior, Falcao, Toninho Cerezo, Maradona, Platini, Rummenigge. Así vivíamos nuestras vidas en aquel barrio de tantas calles destapadas.

Yo recuerdo muy bien, que mi hermano mayor guardaba celosamente cada ejemplar de la Revista Deportiva argentina el Gráfico, sobretodo, aquellas que contaban cada partido de la selección gaucha durante el mundial del 78. El, siempre ha sido un devoto admirador del fútbol argentino. Recuerdo aquel afiche gigante en el centro de nuestro cuarto: Fillol, Pasarella, Gallego, Kempes, Luque, Bertoni, Tarantini, Galván, El Flaco Menotti, todos los guerreros que lograron ser campeones mundiales después de vencer a Holanda, la naranja mecánica, 3 goles contra 1, en tiempo extra. Mi hermano siempre guardó la ilusión de que yo fuese un gran jugador profesional como el Beto Alonso, Ramón Díaz y el más grande de todos: Diego Armando Maradona (pues yo también soy zurdo de la pierna). Pero yo era un seguidor a morir de Brasil, el archirival de Argentina en todos los tiempos, yo quería ser como Rivelino, como Gerson, como Tostao, como Dirceu, como Nelinho, me la pasaba todo el tiempo pegándole a la pelota, tratando de hacerla tomar la dirección y la velocidad justa, era un adicto a pegarle a la esférica desde media distancia. Recuerdo que algunas vecinas siempre presentaban quejas a mis padres porque me la pasaba pateando un viejo balón desinflado, de aquellos que les llamaban del viejo Willinton Ortiz. Me gustaba ver como la pelota hacía curvas en el aire, luego de ser impulsado por mi pie izquierdo, pero muchas veces el balón terminaba pegando en la pared, en la puerta o en la ventana de alguna casa de los alrededores. Cierta vez, estaba pateando, sin darme cuenta quien pasaba y atiné a darle a una morena vendedora de cocadas en plena palangana y los caballitos, alegrías, los enyucados y las cocadas salieron volando y me tocó salir huyendo a toda prisa y volarme la pared del cementerio para escapar de la furia de mi madre ante lo sucedido. Es que cuando algo se convierte en pasión, uno no sabe cómo estarse quieto.

Uno a uno iban pasando los partidos del mundial e igualmente los del campeonato ínterbarrios. El equipo de la calle Campo alegre era el más opcionado para ganar el título; la gran figura era su arquero, un chico de aquella cuadra donde se realizaban los encuentros, recuerdo bien que su padre, siempre se sentaba en una mecedora de madera, en su terraza que tenía un piso alto y únicamente observaba los partidos de su hijo. Era carpintero, pero su especialidad era hacer cajones, tenía grandes ojeras debajo de sus enormes ojos, siempre llevaba puesto su sombrero marrón y un brazalete negro en su brazo derecho como señal de duelo por la muerte de su esposa y una hija de 20 años en un trágico accidente ocurrido a comienzos del año 81 en la carrera Providencia con la calle Campo alegre, luego de salir del famoso expendio de carne “El alemán” y un carro sin frenos las arrolló en una límpida mañana de sábado como a eso de las 8:30, cuando ya la vida comenzaba a derramarse por las avenidas destapadas del vecindario.

Nuestro equipo iba poco a poco tomando forma, no estábamos en un buen nivel, pero teníamos ganas y sabíamos como sacar provecho al máximo de nuestras fortalezas. Nuestro arquero era César Rodríguez, un muchacho alto y flaco, cuya mayor cualidad era saber jugar también con el balón en los pies. Luego estaban el defensa Ricardo Ortiz “el Patica de Hierro”, Antonio de la Hoz y Guillermo “El Pocholo” Hernández; y del medio hacia delante estaban Aníbal “El Chiqui” Martínez, José Mattos y yo. Tres buenos dribladotes, tres buenos jugadores con el balón. Aníbal era escurridizo, José era fuerte y yo pateaba bien a larga distancia. Mi hermano siempre ordenaba atacar al rival con todo durante los primeros 15 minutos, demolerlo, marcarle cualquier cantidad de goles y luego esperarlo para contragolpear con Aníbal. Cuando las cosas no salían como él esperaba, pues nos tocaba defendernos con uñas y dientes, pues era mejor empatar que perder. Así se iban dando las cosas, así trascurría para nosotros la vida en aquellas calles amplias y arenosas, en aquellas calles donde cualquier extraño se convertía en un peligroso enemigo.

La casa que el abuelo compró en el año 1949 seguía siendo el único refugio para nuestros sueños. La vivienda había cambiado, ahora ya no tenía aquel enorme patio lleno de árboles frutales, ya no tenía la misma fachada de antes, los pisos de la sala, el comedor y las habitaciones habían cambiado. La puerta principal, las ventanas del frente tampoco eran las mismas, pero la edificación aún conservaba en lo alto de su fachada el nombre completo de mamá junto a la dirección numérica que ahora la señalaba como un sitio particular entre tantas casas que hacen parte del vecindario. Los días iban pasando uno a uno como caballos desbocados, en las polvorientas avenidas el ruido natural del mundo se hacía cada vez más agudo. En las jornadas del mundial España 82, se presentaban grandes sorpresas en cada partido transcurrido; Brasil, el gran favorito para ganar este campeonato mundial, había sido eliminado en un palpitante encuentro frente a la Squadra Azzurri de Enzo Bearzot; Maradona no logró consolidarse como gran figura del mundial, para colmo de males fue expulsado tras una agresión contra un jugador de Brasil. Alemania y Francia continuaban en la senda del triunfo y la selección Polonia de Gregor Lato, volvía a figurar como una de las finalistas. Por otra parte, el torneo ínterbarrio iba quemando los últimos cartuchos, el equipo de la calle Campo alegre fue el primer clasificado, luego el cuadro “Júnior” de Lucero y la línea “Los Magníficos” de Alfonso López; sólo quedaba un cupo y estaba disputado de una manera estrecha por los de la calle Manga de oro, el grupo de Caracas y nosotros, los de la calle Nueva. No fue fácil, pero logramos superar por un amplio resultado a los pelaos del Carmen. Conseguimos llegar a la final, estábamos alegres y dichosos por el triunfo obtenido; Pero tristes en el fondo por la eliminación de la Selección Brasil. Ahora hacíamos fuerza a la selección de Francia, una maravillosa selección conformada con jugadores de la talla de Plattini, Battiston, Giresse, Tressor, Tigana…

En la esquina de la calle Nueva con la carrera Libertad, todas las noches, entre las 7 y las 9, se reunía un combo de muchachos para hablar de fútbol, únicamente de fútbol. Las fechas de las finales, tanto en el mundial como en el campeonato ínterbarrios, estaban próximas, yo no podía dormir por ambos motivos, era como tener un millón de tierrelitas volando dentro del cuerpo. Pasaba la mayor parte del tiempo encerrado en mi cuarto, leyendo revistas deportivas donde se narraban las hazañas que los jugadores habían realizado durante el pasado mundial en Argentina 78; Esto me motivaba demasiado, yo cerraba los ojos y creía estar allí, en ese glorioso momento en el césped del estadio Monumental de Núñez, la casa de la selección Argentina y del equipo local River Plate. Todo era un simple sueño que flotaba en el corazón desnudo de un chico de 12 años, criado en un barrio de calles destapadas, donde el fútbol era el pan nuestro de cada día. Un chico que estaba creciendo física y mentalmente entre las tantas paredes que hacían parte de la casa que el abuelo compró en 1949.

Las llaves de las semifinales estaban hechas, a el equipo de Campo alegre le tocó jugar contra el grupo de Alfonso López, y a nosotros nos tocó contra los pelaos de Lucero; el otro gran favorito para salir campeón. Recuerdo bien aquella tarde de vacaciones de 1982, la calle Campo alegre, donde se realizaba el campeonato, estaba totalmente llena de gente, vendedores de paletas, raspao, agua y bolis. Toda una muchedumbre vociferante alrededor de la pequeña cancha marcada con aserrín mojado. Recuerdo que cuando estuve dentro de la cancha, sentí esa rara sensación de estar fuera de mí, no fuera de este mundo; al contrario me sentí totalmente apegado al fútbol, a estas calles, a estas esquinas y estas aceras del barrio, a la casa apacible donde vivía con mis padres y hermanos, me sentí profundamente humano y con ganas de conocer mejor el mundo donde me encontraba. Fue un partido difícil, comenzamos perdiendo y ya casi para finalizar logramos sacar un empate, el cual llevó el encuentro a una definición por tiros penal, donde salimos victoriosos, gracias al flaco César, nuestro arquero.

Era raro, todos vivíamos en la misma manzana y nuestras familias habían llegado al barrio durante la misma época. Mi hermano nos preparaba físicamente tres veces a la semana (lunes-miércoles y viernes), dando vueltas a la manzana durante 30 minutos; así que cada uno de nosotros los integrantes del modesto equipo de la calle Nueva, conocíamos detalladamente nuestra manzana en el vecindario. El equipo de la calle Campo alegre ganó su partido y pasó a la final, así que el domingo nos enfrentaríamos a ellos, en su patio, frente a sus familiares y fanáticos, bajo el sol de Julio a las 3 de la tarde. El mundial también había llegado a sus últimos encuentros, Francia perdió en un choque inolvidable frente a Alemania e Italia logró vencer a Polonia. La final sería entre la Alemania de Rummenigge y Breitner contra la Italia de Rossi y Conti. Aquella mañana de domingo, me levanté bien temprano, comencé a patear el balón desinflado del viejo willy con José mattos y Aníbal, luego llegaron César y Guillo y más tarde el resto del cuadro. Mi hermano nos observaba desde la ventana principal de la casa, sonreía a plenitud, pues sabía a ciencia cierta que ya nosotros éramos campeones porque habíamos descubierto el verdadero tamaño del mundo…

El partido comenzó a las 3:05 de la tarde, poco a poco fuimos tomando confianza, poco a poco fuimos descifrando las jugadas de los chicos rivales, poco a poco la calle se fue quedando en silencio, éramos 7 muchachos que se habían tomado en serio, esto de jugar una final de fútbol callejero. Terminó el primer tiempo, cero goles. Tuve la sensación que el momento del descanso había pasado volando. Nuevamente estábamos en medio de la calle como una banda de pistoleros que estaban dispuestos a enfrentar su máximo duelo, en una de esas callejuelas desiertas del lejano oeste. Comenzamos atacando con ganas, pero no logramos vencer la resistencia del arquero rival, quién se había convertido en el mejor arquero del campeonato, llevaba tres partidos invicto y sólo le habían podido anotar 6 goles a lo largo de la competición; era la valla menos vencida. Tremendo reto; pero allí estábamos frente a él, dando pelea. El partido estaba para terminar; ellos estaban atacando con todo sus restos, no querían dar una mala impresión frente a sus seguidores y familiares. Uno de sus delanteros quedó en posición del balón y lo pateó con dirección hacía nuestro arco, la esférica llevaba una fuerza y colocación sorprenderte, nuestro arquero estaba vencido, pero la pelota se estrelló en el travesaño del arco y se elevó. Todos estábamos a la espera, todos teníamos la mirada pegada en el balón que venía cayendo, de repente, Guillermo “Pocholo” Hernández, logró despejarla de una manera impresionante, realizó una maniobra en el aire, se sostuvo como por arte de magia y por fracciones de segundos y con su pierna derecha despejó la esférica con una “chalaca o chilena” en dirección al campo rival, donde únicamente esperaba el larguirucho arquero de la calle Campo alegre. Yo estaba como cinco pasos adelantado a los demás jugadores, corrí en busca del balón, un jugador del equipo rival corrió tras de mí y el arquero de ellos volvió a su portería, se acomodó a la espera de la jugada, la pelota continuaba su trayecto por el aire, cuando sucedió algo totalmente inesperado; la esférica fue desviada de su recorrido por un cable telefónico y tomó rumbo al sector izquierdo de la cancha, yo giré de inmediato, fui en busca de ella, aún estaba más adelantado que el otro muchacho. El balón cayó sobre el suelo desnudo, una nube de polvo se elevó, todo estaba en silencio, los observadores del encuentro estaban expectantes a lo que iba a suceder, y antes que la redonda tomara altura otra vez, yo le pegué con la parte externa de mi pie izquierdo y luego levanté la cabeza para ver la trayectoria del balón hacía al arco donde estaba ubicado el flaco arquero de la calle Campo alegre, el balón iba tomando fuerza y ubicación hacia el ángulo derecho del arco rival, y el chico, quién se había colocado en un primer momento hacia el lado opuesto, trataba de componer su posición, pero la pelota iba rauda, sin respiro, como impulsada por un millón de piernas, yo sólo recuerdo la impresión en el rostro del padre de aquel chico larguirucho, quien estaba sentado en la terraza de su casa observando las incidencias del juego. El hombre se levantó despacio de su mecedor maltrecho, se acomodó su sombrero y luego entró como en cámara lenta por la puerta principal de su casa, dándole la espalda a un mundo ajeno y estrecho, un mundo que sólo sabe propinar patadas y mordiscos cuando se trata de hacer reales algunos sueños…

Ya no nos importa lo que ocurriese en la final del mundial España 82, ya no importaba que el tiempo pasara a toda prisa y que en un futuro cercano o lejano, las calles del vecindario fuesen pavimentadas y con ello, quedasen sepultadas tantas situaciones y recuerdos de aquellas vacaciones de junio y julio de 1982. Ahora éramos parte de aquella historia anónima del barrio; aquella historia que termina siendo ficticia para los integrantes de las nuevas generaciones que se reúnen en las esquinas todas las noches a hablar de fútbol. Pero en la memoria de aquellos 7 siete chicos, siempre quedará grabada la vuelta olímpica alrededor de la manzana, donde aún queda aquella casa que el abuelo compró en el año 1949….

viernes, 24 de octubre de 2008

NO WAY OUT


El oficio de trasegar por las esquinas, por las calles, por los bordillos y por los andenes del barrio han hecho que el joven escritor Carlos Polo Tovar, logre capturar en su libro Testamento de la barriada, 11 cuentos, que a mi manera de ver las cosas, son de una similitud a lo que ocurre en un ring de boxeo entre dos peleadores de la categoría pesos pesados. 11 cuentos que golpean directamente al rostro de esta realidad que merodea estos mismos lugares señalados en la obra de Polo. 11 relatos enmarcados bajo el ritmo de algunas canciones, lo cual obliga a tener contacto cotidiano con los amores frustrados, con los anhelos de poseer un par de tenis traídos del extranjero o buscar la manera de obtener unos pocos pesos para el bolsillo y así poder continuar con el zafarrancho al lado de un grupo de amigos ociosos que secundan cualquier correría. En este libro, uno se puede tropezar cara a cara con las conversaciones que van subiendo de tono, y en las cuales se hacen cambios impresionantes como hablar de unas buenas tetas al último pase de Break-dance; hablar animadamente sobre el marcador en un partido de fútbol a la muerte de un amigo querido del barrio.
No es fácil digerir toda esta andanada de golpes bajos, pero directos. Es la vida escupiendo su aliento de violencia y vértigo en cada segundo que pasa. Hay que haber trasegado por estas instancias, por estos ámbitos o tener cierta vinculación con ellos para poder amarlos sin tapujos o poses morales. Los personajes que habitan estos relatos sudan este olor característico de lo humano, lo demencial, este olor a muerte puntual, pero también se hace presente la búsqueda afanosa por estar en pie para el próximo combate. Este es un libro de cuentos vitales, desgarrados, pero de verdad muy terrenales. Se necesita estar en buen estado físico para correr a la par de ellos, de sus frases aceleradas y su jerga sin descanso. Un lenguaje particular que transforma estos centros urbanos populares en un Neverland sin fronteras. Estos relatos están encuadrados bajo esa óptica conocida como realismo sucio que otros escritores de culto han impulsado desde norteamérica, y que sin lugar a dudas se han convertido en referente para Carlos Polo Tovar. Se nota en este libro ese lenguaje vehemente, violentado por la desidia y la rabia, por la impotencia y la falta de oportunidades.
Para uno poder acercarse mucho mejor a este libro de cuentos, hay que estar preparados y dispuestos a relacionarnos con personajes anónimos, embaucadores, soñadores, tramposos, fanáticos del club de Onán y pendencieros que sólo saben destrozar bares y fiestas a su paso.
Estos 11 cuentos exigen creer que la vida de los jóvenes en las barriadas populares puede caber perfectamente en una canción de Fito Páez o Héctor Lavoe. 11 relatos que giran de manera apresurada entre el descontrol, la soledad, la muerte y el olvido. Nudos importantes que nos mantienen atados a este mundo vuelto añicos. 11 narraciones donde los sueños están quebrados o averiados como una señal para mitificar a cada uno de los personajes que interactúan movidos por todo tipo de pasiones. Cada personaje en cada cuento tiene una especie de honestidad brutal con la realidad donde viven y respiran; cada uno carga sus culpas y sus penas, sus errores y sus aciertos de una manera muy natural, como si fueran nazarenos de esta violencia circundante que nos atañe a todos.
Este libro de Polo Tovar, nos lleva a caminar sobre una cuerda podrida, callejuelas oscuras y estrechas donde es mejor tener el corazón cubierto de espinas, donde las recomendaciones siempre están de más, donde las frases son ásperas, afiladas, implacables, pero muy propicias para aquellos que tengan sus anhelos regados por un costado del camino, para todo aquel que no le teme a la arriesgada belleza de lo común y corriente, una belleza que crece entre gritos, desidia y trifulcas como crece la hierba en los lotes baldíos. En este libro, para el lector, no hay salida.

jueves, 23 de octubre de 2008

RADIOGRAFÍA DE UNA PRESENTACIÓN


Hacer un viaje hacia el interior del universo de cualquier creador, constituye una singular aventura donde nos topamos con una serie de situaciones y sentimientos que buscan equilibrar la balanza de todo aquello que percibimos; aquello que hemos pasado por alto por ser algo cotidiano, muy sencillo, pero que realmente a todos nos toca.
Alejo García estuvo en Barranquilla. Llegó cargado de emociones, llegó con el alma descalza. Sin ninguna pose, con su guitarra y su armónica, con las letras de sus canciones y acompañado por su padre. Alejo García estuvo en Labrapalabra, en las entrañas del viejo Edificio de la Aduana en la Vía 40, en este cálido auditorio que mes a mes alberga los sueños más disímiles. Aquí estuvo Alejo García y fue una experiencia gratificante para el público asistente en esa noche de jueves. De eso se trata este estrecho viaje de ser artista, de mostrarse como uno es, con los asombros que nos regala el diario trasegar por esta realidad abrumadora, que no para, que no cesa de lanzarnos golpes directos al rostro. Porque ser artista nos empuja a convivir con las satisfacciones que nos brinda la gente en un auditorio; así no haya sido una plaza a reventar como en los míticos conciertos de rock de bandas como Queen, Metálica y Gunners para poner simples ejemplos. Estoy seguro que para Alejo García algo positivo surgió en esta nueva travesía.
Éste, su reciente disco, Con el alma descalza, el cual contiene 13 canciones (12 compuestas por él), es una sumatoria del devenir de tantos colombianos arrastrados por esta cruda y vergonzosa realidad. Un disco de propuestas y sugerencias encaminadas para toparnos cara a cara con el abandono, pero también es una prueba de vida latente y no una fórmula o tendencia para atrapar un mercado. Es un escape de tanta información que rueda sin control por estos días. Este trabajo nos devuelve hacia el camino de poder festejar nuestro breve paso por la tierra.
Esta presentación de Alejo García ratifica que en lo elemental, pero bien trabajado, también existe un hondo sentido de pertenencia hacia lo nuestro, sin caer en la burlesca situación de la gran denominada fusión. Este trabajo no cae en la supuesta experimentación con ritmos y sonidos para hacer atrayente o comercial la música. Este trabajo de este joven artista colombiano está aferrado a los actos simples de un hombre común y corriente, un hombre que carga sus tristezas, pero de igual manera reparte a diestra y siniestra la felicidad por lo que hace, cruzando fronteras para llenarnos las manos con un puñado de canciones y melodías que nos obligan a recordar situaciones (o a otros cantantes) como sucedió en el momento en que él interpretó con su guitarra y su armónica la canción Yo pruebo la vida, a muchos de los allí presentes nos transportó hacia una vieja melodía de Billie Joel, El hombre del piano. De esto se trata este viaje, de poder rescatar momentos sutiles y no renunciar al hecho de sentirnos vivos en medio de tanto descontrol.
Gracias Alejo, por tu aporte de canciones que plasman lo sencillo y lo que no tiene límites de tiempo. Gracias por las sensaciones cotidianas y trascendentes, por este nudo de palabras comunes que cobran con mucha facilidad vigencia y eficacia a través de tu música que decanta la nostalgia por un ayer no muy lejano y un futuro más beneplácito; pero sobretodo, un hoy untado de humildad y profesionalismo que nos brinda un diferente respiro en este largo y estrecho camino donde unas son de cal y otras son de sueños, poesía y canciones. Gracias por hacer de este grato espacio tu nueva casa. Las puertas estarán siempre abiertas para darle la bienvenida a tus anhelos y remembranzas, hasta pronto…

miércoles, 22 de octubre de 2008

EL OFICIO DE LA PALABRA


El libro de cuentos, El debut de los monos marchitos, del escritor barranquillero, Manuel Julián Escobar, es un compendio al cual podríamos llamar novedoso dentro del caudal que se presenta en la literatura colombiana actual, especialmente me refiero al trabajo literario hecho por jóvenes escritores. Este libro de ficciones, publicado por la casa editorial independiente Labrapalabra, exige al lector prestar mucha atención al lenguaje que describe cada relato. Hay oficio en este libro de cuentos, pues se necesita tener en cuenta que cada una de estas historias representa todo un nivel de romper esquemas y modelos preestablecidos en la narrativa de estos días. Cada uno de ellos va decantando el ánimo de salir adelante frente a una realidad absurda y adversa.
Este libro de relatos nos abre los ojos y nos escupe una de las tantas verdades que nos circundan: aún no sabemos quiénes somos y hacia dónde vamos, puesto que nos hemos visto obligados a ver nuestras vidas desde una perspectiva sin fondo. La médula ósea de este libro la componen los cuentos conexos llamados Tonk, los cuales aparecen dispersos y salteados (no sé si por efecto del azar o disposición metódica del autor), pero llevando de una manera simple y sencilla un orden lineal que termina en desembocar el deseo del lector por conocer lo acontecido en la parte concluyente del relato fragmentado. Tal vez, esta sea la intención manipulante del autor para sacudir al lector en la pronta lectura de la narración y conocer la culminación, si es que a final de cuentas, según lo planteado allí, hay una verdadera última etapa.
Los otros cuentos que aparecen en el libro continúan con el eje de buscar el oficio verdadero de la palabra en el campo literario, un intento certero y muy inteligente por parte del autor en quien se refleja su alta devoción por Borges y Cortázar. Pero uno también puede hallar algunas conexiones maupassianas como el éxtasis de crear desasosiego, angustia y reflexión al mismo tiempo. Existe un ancho nudo de creatividad en este libro y queda perfectamente demostrado a través de cada relato como Sacrófagos, Paola me tiene miedo, El funeral, Mi esclava y Mil doce puertas, que no se hace necesario tener 80 años de edad, ni haber leído tantos libros en tantas lenguas modernas y antiguas para escribir una obra que pueda ejercer, y de muy buena forma, el oficio de la palabra.

REVÓLVER EN LA SIEN


¿Alguna vez has jugado a la ruleta rusa con un revólver totalmente cargado? La respuesta es lo de menos. Sólo basta con haber leído a los nuevos escritores españoles para poder probar el dulce filo de los riesgos. Sólo se hace necesario transitar por los textos de Roger Wolfe, Benjamín Prado, Sergi Puertas y Ray Loriga (por citar algunos nombres), para comprobar que el realismo sucio impulsado desde norteamerica por escritores de culto como Fante, Bukowski, Carver y Cheever; también se ha convertido en una teoría inevitable en otros lados del planeta.
Sea cual sea, el verdadero significado de esta desbordante y creciente movimiento literario, hay que exaltar el profundo valor de señalarle a los lectores una nueva forma de percibir la cruda realidad que gira desaforada y sin brújula frente a los ojos atónitos del mundo, así como el uso de una serie de herramientas propias de la post-modernidad donde el cine, la música, la intertextualidad hacen un perfecto engranaje con la técnica de crear una literatura llena de lirismo, ecos y una variada gama de puntos de equilibrio para conocernos un poco mejor en medio del caos reinante (globalización, tratados económicos, crisis ambiental, desinformación en todos los sentidos).
El realismo sucio en España constituye una piedra angular que proporciona a lo cotidiano un aura que alimenta el agudo sentido de reconciliarnos con lo marginal desde una óptica conexa con lo maravilloso de nuestra condición humana, la cual está plagada en todas sus instancias por la soledad, la tristeza y las ausencias que nos arropan cada día. Este movimiento se ha convertido en algo vital que palpita, suda, ríe y sangra. Algo que se reconforta en la presencia estremecedora de la muerte y sus múltiples salidas, el abandono que no es más que un perro hambriento que sobrevive en las calles; pero también es evocación a través de corazones iracundos por no saber hacia donde conduce este estrecho camino. Para la prueba un botón; tomemos juntos este vertiginoso viaje a través de cuatro estancias que nos acercan a una producción literaria que tiene mucho que decir y con suficiente propiedad.

Roger Wolfe---Stairway to heaven
Estamos frente a la conjugación de los sueños rotos donde no hay cabida para las lamentaciones. Roger Wolfe nació en Westerham (Kent, Inglaterra) en el año 1.962, pero reside en España desde 1.966. Cerebro y resorte que impulsó el denominado realismo sucio en tierras ibéricas. Ha realizado una serie de trabajos disímiles al contexto literario: ayudante de supermercado, limpiador de piscinas en los lujosos hoteles de Barcelona, repartidor de periódicos en las calles de los barrios bajos madrileños, jardinero, barman en bares de mala muerte. Ha escrito un potente arsenal de libros con una relevancia que atacan al lector sin ningún tipo de piedad: Quien no necesita algo en que apoyarse (relatos-1.993), Dios es un perro que nos mira (novela-1.993), Mi corazón es una casa aislada en el fondo del infierno (relatos-1.996), Días perdidos en los trasportes públicos (poemas-1.992) y Mensajes en botellas rotas (poemas-1.996).
Los textos de Wolfe son de alto calibre; en ellos hay un rasgo entrañable de una angustia que embiste como un toro salvaje, una angustia que nos lleva a paladear de una manera dura y profunda esa extraña sensación que nos cruza el estómago por el solo hecho de estar vivos y con los pies sobre la tierra, en un mundo que rueda hacia una inocencia feroz y desprovista de los artilugios del lenguaje. Los textos de Wolfe son la perfecta compañía, la tabla de salvación en medio del mar oscuro y solitario donde flota el amor, el desarraigo, los vicios, las situaciones conjugadas en lo urbano. Una variedad letal e inmersa en lo irónico porque muchas veces es difícil expresar lo que realmente uno tiene.
A NINGUNA PARTE
Los pensionistas hablan de trombosis
en los autobuses o aguardan el final
en los bancos de los parques públicos,
entre excrementos de palomas y jeringas ensangrentadas,
o me paran en la calle frente a escaparates
llenos de electrodomésticos para preguntarme la hora
e interesarse por la raza de mi perro.
Son las 5 de la tarde
y todo en la ciudad apesta a muerte.
Sé que es inútil. Llegar a casa,
ponerme aquí delante y redactar
15 o 20 líneas, qué más da,
esta especie de salvoconducto
a ninguna parte.

Benjamín Prado---Another brick in the wall
Ahora vamos a confirmar que la literatura nos ayuda a romper los límites arbitrarios, que sólo es posible buscar a través del exilio, el ejercicio absoluto de la libertad, porque no hay condicionamientos, ni requisitos ni fronteras que impidan que la soberbia, la rabia, el desgarramiento de las palabras sea el pan que se reparte cotidianamente en nuestra mesa. Benjamín Prado nació en Madrid en 1.961; es poeta, ensayista, novelista, además de ser una de las nuevas promesas de la literatura española, ha traducido grandes obras de otros autores.
Dentro de su extenso legado podemos citar: A la sombra del ángel (tomo autobiográfico-2.006), Marea humana (poemas-2.006), Ecuador (poesía- 1986-2001), Iceberg (poesía- 2002). Los textos de Benjamín Prado nos conducen por el amplio horizonte de una poética que bordea incertidumbres, desasosiego, bajo el rasgo de un lenguaje simple; ornamentado con la clara visión de una generación que intenta salir adelante entre tantos conflictos, ante tanta falta de originalidad y perspicacia que cuestiona los razonamientos que enriquecen el trasegar de los seres antagónicos que nos indican el lado infatigable de la condición humana en estos tiempos violentos.
Existe en la literatura de Benjamín Prado un magnetismo urgente, álgido; donde el lector puede confraternizar y asumir algunos roles dictados bajo el sello de esta nueva tendencia literaria. Textos que nos sacuden con silencios cortantes, textos que regresan revestidos de un vértigo palpable, textos que deambulan por diversos escenarios donde se plasma la paradoja humana y el valor elemental de una calidad estética aprehendida en el mundo descarnado. Esta obra nos lleva a conocer el fervor de la desnudez flexible de las palabras, pero entusiastas como una ventana sin cristales.
ROTO
Solo, en medio de todo;estar tan solo como es posible, mientras ellos vienen muy despacio, se agrupan, ponen su campamento, invaden, talan, hunden, derriban las palabras una a una, se reparten mi vida, poco a poco, levantan su pared golpe a golpe. Después se van; se marchan lentamente, pensando: -Nunca podrás huir de todo lo que has perdido.Tal vez tengan razón.Tal vez es cierto.Pero llega otro día, el cielo quema su cera azul encima de las casas; yo regreso de todo lo que han roto, busco entre lo que tiene su propia luz, encuentro la mirada del hombre que ha soplado unas velas, el limón que jamás es parte de la noche; ato, pongo de pie, reúno los fragmentos, me convierto en su suma. Y todo vuelve otra vez; las palabras llegan donde yo estoy; son las palabras perfectas, las que tienen mi propia forma, ocupan cada hueco y cierran cada herida. Las palabras que valen para hacer estos versos y sentarse a esperar que regresen los bárbaros.

Sergi Puertas---Low side of the road
Se hace eminente que uno de los lineamientos de esta nueva tendencia literaria sea no ser nada complaciente con la realidad voraz que nos circunda a cada momento. Esta literatura exige que la rebeldía cree una visión diferente para manifestar a la vida en muchas direcciones; aunque muchas veces sea en contravía. Pero hay rasgos de una vocación, de un oficio pertinente con lo que palpan los ojos en cada lectura del mundo.
Sergi Puertas nació en Barcelona en el año 1.971; es autor de los libros de poesía Ángeles cansados-1.999, Tira mis sueños a la calle y la lluvia los hará crecer-2.002, las novelas Subnormal-2.005, Porque sí-2.004 y una infinidad de relatos que han ido apareciendo a lo largo de los años en diferentes antologías y revistas de literatura en España y otros países. Sergi Puertas carga a cuesta una dolorosa honestidad, donde las palabras se refugian en lo contemplado en las situaciones cotidianas que dibujan una exótica geografía enmarcada en situaciones precarias, amores frustrados, humo de cigarrillos baratos y el ir y venir por callejuelas que se acrecentan bajo las suelas raídas de un par de zapatos viejos.
En sus textos se esconden algunas señales para descifrar los trazos torcidos de una herida dulce y profunda, las promesas que abarcan lo imposible, lo vedado para quien aún no ha aprendido a volar con unas alas prestadas. En estos textos nos reinventamos a través de una serie de personajes que habitan lugares comunes, autopistas y paisajes que beben la sed de un horizonte vacío. En ellos se conserva el sentido vital de gozarnos los fracasos, los errores, la certeza de ser partícipes en el juego cotidiano de la muerte; y mostrar las heridas como si fueran trofeos de guerra. Estos textos son el testimonio, la versión inacabada, el revés de la historia donde se prolonga todo aquello que no tiene exilio en nosotros, aquello que todos los días se extingue frente a los ojos.
NO

No hay niños, ni novias, ni madres
ni terrazas, ni amaneceres, ni sol,
sólo hay gente que se arrastra por las aceras. Y cosas.
La gente, conforme se arrastra, sueña las cosas
haciéndolas como terrazas, como amaneceres, como sol.
La gente, conforme se arrastra, se sueña
como niño, como novia, como madre.
Mas no existe tal cosa:
No hay niños, ni novias, ni madres
ni terrazas, ni amaneceres, ni sol.
Sólo gente que se arrastra. Y cosas.


Ray Loriga---Walk on the wild side
Es esencial en esta corriente literaria, el ejercicio de despedazar con una notable capacidad, todo aquello que deambula a nuestro alrededor. Es una contundente visión minimalista, donde el ritmo de las palabras pretende romper con los modelos preestablecidos. Un ritmo narrativo que busca afanosamente no dejar en paz a los lectores, con un estilo directo y comunicativo; aunque muy mordaz e insolente. Ray Loriga sabe de antemano que al lector hay que asestarle certeras puñaladas, convertirlo en cómplice, tomarlo de la mano como a un niño huérfano y provocarlo hasta más no poder, con una arrogancia persuasiva que busque sorprender, perturbar, sacudir, la pasiva relación entre el autor y los lectores.
Ray Loriga es hijo de un ilustrador y una actriz de doblaje cinematográfico, al igual que muchos escritores de su generación ha realizado los más diversos oficios y labores. Comenzó a publicar sus textos en revistas underground, pero con el trascurrir del tiempo, logró posicionarse como el artífice número uno de la llamada generación X. mantiene una estrecha relación con el cine (debutó en 1.992 como director con la cinta La pistola de mi hermano), donde ha colaborado con directores de la talla de Almodóvar y Saura. Algunas de sus obras son: Lo peor de todo, novela-1.992, Días extraños, relatos-1.994, Caídos del cielo, novela-1.995, Tokio ya no nos quiere, novela-1.999.
Loriga comprende que la literatura es una fuerza transformadora, un revólver totalmente cargado, una actitud frente a la vida que rueda a través de una enorme puerta abierta. Sus obras se deslizan y se funden con la suciedad del ambiente; aunque son textos coordinantes, donde hay un buen despliegue de creatividad e innovación, donde se configura una trama bajo esa mirada burlona y auto- irónica que hace más digerible la lectura de los textos; porque cualquier lector desprevenido puede comprender que en ellos existe algún rastro, una señal, un fragmento del vacío que a todos nos habita en tiempos como éstos.
EL CORAZÓN ENVENENADO
Y un segundo después todo había terminado. El hombre del cuchillo yacía en el suelo sobre su propia sangre. La mujer hermosa consolaba a la niña valiente. El camarero volvía a poner la escopeta bajo la barra de la cafetería y el conductor sin coche se fumaba un cigarrillo. A veces, en la vida, todo se encadena, todo encaja a la perfección en el entramado de la desgracia. Sucede igual con los milagros. Una sucesión de pequeñas fortunas sincronizadas casi por azar pueden resolver el más oscuro de los problemas, como quien camina silbando por un laberinto que, por una vez, conduce a la puerta de salida. A veces la vida se esmera en salvarnos con el mismo tesón que puso y pondrá, en otras muchas ocasiones, con el único fin de destruirnos. O eso, o la buena puntería.

lunes, 20 de octubre de 2008

DE ROLLING POR UNA ESQUINA DEL BARRIO


Viernes. Ocho y treinta de la noche. Estoy estacionado en una de las tantas esquinas calientes del barrio. Hay movimiento de gente por todos lados. Una rockola suena a todo volumen bajo el ritmo pegajoso de una canción de Paul Simon. Aquí, en este sitio, uno se puede tropezar cara a cara con el desorden etílico, las conquistas prohibidas, los juegos alucinantes que proponen las drogas, las discusiones absurdas por un marcador en un partido de fútbol callejero. Así de sencillo rueda la vida en una esquina del barrio San Isidro. De verdad, aquí la vida fluye muy al natural.
Si hay algo particular que ha caracterizado a este barrio y a sus jóvenes es esta extraña comunión de amor y odio en las esquinas. Ellas son un tipo de narcótico. Un potente relax. Algo atrayente, en especial cuando cae la noche y se alteran los sentidos. No piensen en algún momento que esto es un capítulo del “Mundo según Pirri”. Esto no tiene edición por ningún lado. Es la vida que suda, corre, cae, ríe, se levanta y propone todo tipo de puertas de fuga. Aquí no hay personajes maquillados. Aquí nadie necesita de un doble para las acciones de riesgo y violencia. Aquí impera la ley de las pilas puestas. Las patadas y los puñetazos son parte del repertorio. El azare. La murga. No es lo mismo ver la vida a través de una pantalla de televisión a estar cocinando la jugada desde este ángulo donde todos son protagonistas.
Ahora un grupo de pelaos bailan una champeta de moda. El cigarrillo de marihuana pasa de mano en mano, de boca en boca como una especie de ritual urbano comandado por el peta, el toto, el sammy y otros más. Siempre ha sido así. Otros nombres, otras historias pero el mismo swing. Todo luce más alegre, más vital, más divertido. Todas las miradas están alertas al primer descuido. Hay que estar trucho o de lo contrario se es carne de perro. Aquí los gilbertos pagan patricio. Puro argot de la calle. Nada de vocabulario formal. Aquí ruedan los capos, el pagó, la jeva, el motor, los valecitas, los coles, los chirris, los chupetes. Pero también hay cabida para los locos poetas, los bailarines– cantantes como Catalino Manga, los futbolistas frustrados, los celadores del amanecer. Todo un zoológico de la urbe en un barrio popular. -Hey loco, pilas, ya me pillé el pase de muleta-
El argot callejero aflora al natural como el humo de un bareto. Nuevos nombres. Nuevas caras. Ruleteros, prepagos y atravesados hacen parte de este maravilloso Neverland donde los pobres Peter Pan serían presa fácil. Me tomo un sorbo de cerveza para entrar a tono con la rumba esquinera en este weekend nocturno. Soy una especie de vampiro que sale de noche a recoger fragmentos de vida en estos lugares. Al filo de las diez aparecen grupos de toda clase. Carros van y vienen por las avenidas. Música a un alto volumen. Comienza el verdadero perreo. Los jibaros cambian de turno. Todos andan buscando la comba de esta vida patas arriba. Chicas con atuendos sugestivos se pasean por la pasarela de asfalto y cemento. Piropos subidos de tono. Rechiflas. Ojos dilatados. Algunas sonrisas somnolientas. La rockola mantiene su bombardeo musical. Nadie concibe la vida sin canciones para cantar y dedicar. La guitarra de Santana estalla como fuegos pirotécnicos en medio del agite nocturno.
Se cocinan los buenos asuntos. Algo está por pasar. Aquí cualquier extraño debe pagar la multa y cuidado con braviar, pues el corralito está echado. -¿Quien es esa pinta?- la pregunta vuela como un pájaro malherido. No hay respuesta. Pero todos están alertas, puede ser un tombo vestido de civil.La rumba sigue. No hay descanso para nada. Motos y carros lujosos dan vueltas en busca de alguna presa. La noche es virgen. El trago habita los cuerpos sedientos. Ciertos animales tristes observan este desfile, este panorama para vagabundos. Algo tengo que escupir sobre la página en blanco. No soy diferente a ninguno de estos manes. Todos estamos vestidos con el mismo disfraz. Todos hacemos parte de este singular carnaval. Estoy seguro que William Blake estuvo por estos lares. Aquí las puertas de la percepción no tienen guardianes. Todo es demasiado real. Duele, pero es un dolor necesario. De seguro Dylan Thomas estaría pleno frente a tanto desenfreno etílico. Nadie es catador de primer orden. Todo es bueno para la garganta. Hasta el cococho tiene su grupo de fans. Narices alegres. Muecas especiales. El pequeño baño de la tienda es el averno de Dante. Yo busco ser yo mismo entre tantos altibajos. Me siento como una especie de Hunter S. Thompson de las barriadas. El sabor de la cerveza envenena mi garganta. Una chica baja de un auto mazda. Tiene una culifalda ensamblada en el cuerpo. Cabello largo liso y negro. Cara de picardía. Piernas torneadas. Llega hasta el mostrador y compra 4 cervezas en lata. Mira hacia el auto en donde llegó. El resto de los ocupantes realizan la transacción. La chica regresa al carro. Jíbaro y clientes se pierden en la nada. Sigo alerta. La noche invita a despelucarse. Las frías van y vienen. Todos a mi alrededor tienen cara de Héctor Lavoe, Pedro Navaja, Juanito Alimaña. En mi cabeza una buena canción de Bob Dylan da vueltas y vueltas. Ya es hora de cerrar la carpa de este maravilloso circo. Me siento como una piedra en el camino.
Tambaleante, mi cuerpo se prepara a tomar vuelo. Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. El corazón es un cazador solitario. La senda del perdedor. Cualquiera de estos bellos títulos encaja perfectamente en el cuerpo de este barrio, en sus esquinas, en sus calles, en sus historias En mí hay muchas cosas por decir. Esta esquina siempre tendrá algo interesante que compartir cara a cara con quien se atreva a tomar el riesgo de volar sin alas en la espalda. Capítulo aparte. Voy rumbo a mi guarida. Llevo a cuestas un murmullo de voces. La luz del presuroso amanecer traerá canto de pájaros y gallos y gritos ahogados y sudores insomnes. Es la vida desde esta trinchera. Posiblemente para otros esta es la tierra de nadie. La cuna de los perdedores. El lugar propicio de donde nacen mis rabiosas frases.

domingo, 19 de octubre de 2008

LA COMUNIDAD RODANTE


Muchas veces uno piensa que ha visto de todo porque ha vivido en tantos lugares de este congestionado planeta, pero de verdad, la vida misma muchas veces se representa, se expande y se consolida en espacios muy reducidos. Estoy en Bogotá, Colombia, una ciudad de lluvias livianas y permanentes como su tráfico de automotores y transeúntes presurosos. Bogotá, la capital y patria de muchos, la que alberga entre sus venas una comunidad rodante que nunca para: el transmilenio.
El pronóstico del clima es bastante favorable para este lunes monorrítmico. La ciudad comienza a tomar su largo aliento. Son un poco más de las seis de la mañana. Estoy en pie para verme cara a cara con esta realidad sedienta. Con pasos raudos me dirijo hasta uno de los tantos paraderos del transmilenio o transmilleno como muchos lo designan. Para mí, es toda una experiencia llena de vértigo, es como escuchar una buena canción de Tom Waits y saberse aparte en este extraño mundo de consumismo. Largas filas de personas abordan mi mirada, son como millares de hormigas en un cuento de Cortázar. Compro el tiquete que me hace partícipe de la comunidad rodante. A mi lado, el mundo se hace homogéneo. A pesar de tanta violencia y distinciones de todo orden, aquí, somos una cofradía que no necesita de tantos códigos para comunicarse, para hacerse sentir. Aquí se reúnen estudiantes, vendedores, ejecutivos, amas de casa y perdedores con suerte como yo.
El ruido de la vida circula por ambos flancos. Los olores se hacen presentes, sueños atrasados, impotencia por la falta de tiempo, preocupación por los menesteres de hacer parte de un mundo que cobra altas tarifas por dejarnos ser pequeños protagonistas de este circo barato. Todos lucen con orgullo sus mejores pintas: deportistas, punkeros, yuppies, secretarias, mercaderistas, emos, aseadoras, impulsadores de todo tipo de producto y por supuesto escritores vagos como en mi caso, que sólo gastamos el tiempo buscando la curva de este mundo al revés.
Dentro, ya no hay distinción. Algunos guardan silencio, otros observan el paisaje urbano, muchos se esconden dentro de sus gafas y portafolios, otros más, buscan el rincón adecuado a través de la música que fluye lentamente por sus aparatos de alta tecnología. La vida sigue, se acrecienta cada vez que la voz de fondo anuncia una próxima parada. Muchos bajan, pero de igual manera suben para compartir este delicioso viaje sumido en un mundo demasiado particular. Da la sensación de que las calles se mantienen alertas ante el desplazamiento de esta comunidad apretujada como sardinas en lata. Si, no cabe dudas, este es un viaje a le despensa misma de la realidad.
A esta hora los celulares se ponen de acuerdo para sonar al mismo tiempo, es una especie de fuego cruzado, pero nadie se siente entre líneas enemigas. Aquí, cardenales y embajadores dejan de lado los rencores, hombres y mujeres comparten sus angustias como panes en mesa de albergues infantiles. Los ocupantes de la comunidad rodante son como ángeles con las alas marchitas, algunos impregnados de aromas pobres, nicotina, licor, lociones baratas, pero el sudor característico de lo humano y lo terrenal nos cubre a todos. Da lo mismo, la vida sigue, tiene sus altibajos, sus huecos en el camino, sus paradas pertinentes; pero muy al frente hay una línea, un horizonte, un rastro que espera por cada uno de nosotros, sin importar si hoy desayunamos o salimos de casa con el alma entre los puños y los dientes. No es fácil vivir de esta manera, pero aquí dentro los sueños son más tangibles. Soñar en movimiento y con los ojos alertas es como estar drogado.
La vida se desplaza entre las demarcaciones amarillas en el suelo de asfalto o concreto, nada la detiene. Va tomando fuerza. Desde adentro, esta ciudad luce un poco más segura. No tengo ganas de marcharme. Comienzo a quererla secretamente. De a poco, me voy vistiendo con su delirio y su smog aletargado. Es extraño, pero desde esta colectividad bizarra hallo mis metas y objetivos. Poco a poco comienzo a compartir esta afición por el tiempo. Hace calor, pero es un calor común, un calor de hogar. Afuera la ciudad parece abandonada. Lo único vivo es el ruido sereno de la comunidad rodante. La estampida de las personas en cada estación le da festividad y vitalidad al viaje. No hay distinción de ninguna clase: ancianos y niños, locales y foráneos, buenos y malos comparten el nacer de los anhelos como este débil sol que se asoma entre los cerros. Es Bogotá que arde por tener dentro de sus venas este recorrido exclusivo que huele a espíritu joven, a renacer entre cenizas, a palabras rotas que inventan otra clase de cielo.