domingo, 19 de octubre de 2008

LA OTRA ESQUINA DEL RING


La literatura que se gesta en la costa caribe colombiana en la actualidad es quizás la más grande miscelánea de tendencias y estilos; pero aún continua amarrada al caudal proveniente de una imaginación, suelta, viva, inventora y descubridora. Su trayectoria es de corto vuelo, pero fundamentada hacia un espiral de ascenso, donde quedan plasmados una serie de vasos comunicantes muy vitales en la corriente de la post modernidad. Queda claramente forjado en estos jóvenes creadores que todos son productos del influjo de la “mass media”, todos observan el mundo bajo la mirada triste y melancólica de una realidad agobiante y destazada por parámetros muy disímiles.

Para la mayor parte de estos escritores caribes, la ciudad, la música, el sexo, el abandono constituirá una rareza deliciosa, porque es el reencuentro con el hombre de esta época llena de televisión satelital, teléfonos celulares, reality shows. Porque para muchos de ellos, retratar un poco este “realismo sucio”, es buscar el lado bajo del camino. Pero también existe un fuerte vínculo hacia esas emociones y situaciones elementales y básicas que nos ofrece el diario vivir; es retomar el hilo conductor de una oralidad propia de la zona caribe, sin llegar a encasillar a estos nuevos creadores literarios en el marco referencial de lo costumbrista y rural. Hay una línea latente de aspectos de una envergadura tradicional del seno familiar y su entorno donde habitan cada uno de los personajes en libros como “La casa de hierro”, de la joven escritora Barranquillera Fadir Delgado Acosta. Un libro enmarcado bajo la voz común que pasea nuestras costumbres domésticas, nuestros miedos, nuestros sueños secretos.

Esta nueva generación de escritores costeños tiene un alto atractivo imponderable: presenta varias líneas diferentes de lo que es actualmente la vía narrativa y poética de la literatura nacional. Todos ellos están alejados del entorno simplista de retratar la realidad bajo la perspectiva de la violencia. En ellos no existe el más mínimo germen del sicariato, el narcotráfico, donde pululan las tetas de silicona y los nombres de personajes alejados del contexto real en el cual protagonizan la trama. Estos jóvenes realizan verdaderos actos de contorsionismo y plasticidad con la palabra, brindando un ángulo más dinámico e inherente a la propuesta global de la actual literatura. Para la muestra de un botón: El libro de cuentos del escritor cartagenero Carlos Fernández, El siguiente por favor, nos señala el oficio de escribir desde una orilla que se hace esquiva a las tentaciones de una literatura comprometida con un lenguaje difícil de digerir. Advertimos en este maravilloso libro una gran fuerza descriptiva; magia para idear la atmósfera que necesita esta realidad para ser un reflejo verdadero y fiel de las pocas ventajas que tenemos al estar vivos y abandonados a merced de este capitalismo brutal, donde “MC DONALS”, es el slogan del nuevo mundo.

Esta nueva generación de creadores ha venido a confirmar que la materia esencial para la tendencia actual literaria esta al alcance de nuestras manos, en la cercanía de nuestras vidas rotas y sin rumbo fijo, en los tantos sucesos que cotidianamente nos acercan y empujan y a veces nos laceran. Por esta razón hay un estrecho vínculo con las letras de canciones de Rock y Jazz. Ellos han recogido estos materiales a merced de todos y los hacen utiles y fundamentales en sus creaciones. Carlos Polo Tovar lo demuestra con sus epígrafes y referencias directas en cuentos y poemas, al igual que el joven escritor cartagenero Gerardo Ferro, quien sin tapujos de ninguna índole recorre una extensa galería de nombres de dioses del Jazz para atrapar a través de estos íconos la atención del lector. En las creaciones de estos dos escritores esta marcada con rabia y fortaleza una visión de estos tiempos, donde hay otro tipo de violencias atadas a las esquinas, las aceras y calles de los barrios populares, o como en el caso particular de Ferro, quien coloca a sus protagonistas a merced de la tecnología, el ocio, las relaciones sin final feliz.

Es una gran fortaleza tomar estos elementos comunes y detallarlos en un marco literario hasta transformarlos en situaciones mitificantes para el lector, pero para adquirir esta categoría, se necesita la capacidad de creación que debe tener todo escritor para darle a lo común y corriente, a lo simple, a lo que sucede todos los días una proyección de símbolos propios de una nueva generación. Esta capacidad se descubre con su carga de valores para atrapar el aroma de lo trágico, lo cómico, lo ridiculízante y asfixiante de un mundo que va a millón; así como lo logra atrapar y definir la obra de Jhon Better, Eva Durán, Nery Cantillo. Ese significado profundo, cortante y extraño que descubre y advierte lo profano, lo vedado hasta hace algunos años. Ellos han logrado rescatar un respiro frente a una serie de situaciones donde la honestidad es algo brutal y despiadado, donde los valores se resquebrajan como flores de vidrio, recordándonos a todos aquella bella frase de Charles Bukowski: “Yo nací para robar flores en las avenidas de la muerte”. Allí quedan en la memoria del lector estas situaciones y estos personajes “Freak”, que deambulan ambientes sórdidos y atestados de vértigo y desolación. Historias y personajes que nos tatúan con su odio, que nos escupen directo al rostro sus temores y pasiones bajas, pero brindando un rasgo de nuestra humanidad afectada por el fenómeno de la cobardía y el olvido. Ellos dejan constancia, no a manera de crítica o enjuiciamiento, de la profundidad evidente de una realidad ambigua y sin sentido.

Así les ocurre el mundo a esta nueva camada de escritores costeños. Así se inicia poco a poco este gratificante viaje por los bordes de la actual literatura, una verdad irrefutable y latente, a pesar de tanto distanciamiento ocurrido entre los integrantes de esta “prole silvestre y audaz”, pero donde se puede encontrar una diversa realización del espíritu creativo. Hay en ellos unas constantes que importan mucho, alrededor de ellas y en virtud de ellas, se mueve un aspecto para tener en cuenta, como es el caso de Ángel Unfried, Gabriel Acuña, Rodolfo Lara y Martín Txeis; todos ellos poseen un tono evocativo que pone sobre la anécdota un toque poético. El idioma es manejado con total propiedad, pues todo escritor estilista posee el don de contar por excelencia y al narrar emplea solamente las palabras precisas. El léxico, rico de giros urbanos y populares que revelan el nudo del mundo actual. Un lenguaje usado con la parquedad con que lo emplea quien solo sabe que tiene entre manos un tesoro, quien entiende que el uso desaprensivo de ciertos elementos constituirá un despilfarro destinado a empobrecer no sólo la obra literaria gestada por otros (Rómulo Busto, Jhon Junieles, Efraim Medina, Miguel Iriarte, Jorge García, Gustavo Tatis, Joaquín Mattos, Aníbal Tobón, Pedro Blas, entre otros), si no los valores de poder atrapar esta realidad efímera y obtusa que se acomoda cotidianamente entre cigarrillos, cervezas y noches prolongadas. No hay que ser un personaje con una inteligencia elevada para poder considerar que estos nuevos creadores costeños llevan dentro de sí, un rasgo que los transforma en auténticos escritores desde la otra esquina del ring.

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